
La religiosidad de los norteamericanos parece estar fuera de toda duda. Siempre se ha dicho que no podría haber un presidente ateo (ahora que lo pienso, también se decía que no podría haber un presidente negro, pero no vamos a cambiar de tema). La cuestión es que los norteamericanos tienen a Dios hasta en la moneda («Confiamos en Dios» es el lema que figura en ella). El 30 de noviembre de 1998, casi siete años antes de que Bush dijese que Dios le había pedido que acabase con la tiranía en Irak, «El Correo» se permitía el lujo de cambiar de nombre a este país. Así, en sus páginas de crítica de televisión, dice:
«Las opiniones de la industria del cine de Hollywood sobre la presencia japonesa en Estados Undios…».
Queda claro, además, que son monoteístas.